Palabras de Homenaje
¿Cómo empezar palabras de homenaje para un poeta que durante toda su vida ha rehuido el encandilamiento de la “figuración literaria” y a preferido disfrutar de una larga caminata? o ¿Compartir generosamente una conversación junto a unos cafés y unos cigarrillos, donde el centro, no sea la adulación de su ego, sino la poesía misma que respira a cada palmo?
Por cierto, no carece de méritos. ¿Pero como otorgarle largos reconocimientos, similares a quienes condecoran a un general por haber asesinado a muchos de sus enemigos y que mañana serán por acto de magia diplomática, llamados hermanos? ¿O como el poetastro que se empeña en rendir honores a algún jerarca para luego extender su puta mano a cambio de premios y favores?
Hay poetas y poetas en la viña del Señor, y Sergio es de aquellos como dijera Fernando Quilodrán, en el año 1996: “Tan sólo se trata de un poeta, especie infrecuente…” y de la que por cierto según sus palabras es “un exponente ejemplar”.
Es un poeta en toda su hondonada, no es el mago, ni el profeta, ni mucho menos el mesías, tampoco se jacta de inteligencia superior, oscureciendo el sentido, y que por cierto ya es esta actitud una gran demostración de su singular genio y lucidez, como dijera en su momento Ortega y Gasset, que la claridad en el lenguaje del filósofo es un acto de generosidad, para nosotros también se hace extensible al poeta. Tampoco nos aturde con demostraciones y juegos de artificio, no hay grandes saltos mortales que jamás desafían la muerte. En su poesía es la vida la que pasa, esa que los poetas han desterrado.
La vida del hombre, en su devenir constante, en su desafío diario, no aquella de la que presumen los sabiondos de las elites académicas, que sólo traducen y reducen a porcentajes, y a jueguitos sintagmáticos. Esa vida que está ante los ojos de los videntes, que tienen los ojos cargados de iluminaciones que no les permiten ver. Allí es donde nos habla la poesía de Sergio Hernández, casi en forma de susurro, porque no tiene necesidad de gritar para hacerse oír, porque su poesía tiene “la llave que abre mil puertas”, la de los oídos, la de la mente, y el corazón.
Baste un ejemplo:
Que me perdone el pobre
Porque como
Porque tengo este terno
Que me he comprado a plazo
Porque tengo esta cama
En donde duermo
Que el rico me perdone
En su soberbia.
El poeta Sergio Hernández, nos recuerda sin gesticulaciones ni amplificaciones rimbombantes, que estamos aquí en este lado “llamado vida”, para despertar el sentido final de nuestro peregrinaje: ese espacio compartido de fraternidad humana, y que sólo es comprensible y vivible cuando se ha bajado definitivamente del Olimpo y se le ha puesto fuego.
Por ELgar Utreras Solano
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